Estamos constantemente preocupados por el pasado o por el futuro que está por llegar. Buscamos algún otro lugar en el que estar, con la esperanza de que allí las cosas serán mejores, más alegres, más como queremos que sean o como solían ser. La mayor parte del tiempo solo somos parcialmente conscientes de esta tensión interna, si es que lo somos. Podemos acabar viviendo una realidad onírica, quedar atrapados en una especie de fantasía mental creada por nosotros mismos sin reconocer siquiera el amplio abanico de experiencias que están a nuestra disposición.
Por ejemplo, suponemos que las ideas y opiniones que tenemos en un momento determinado son la verdad acerca de lo que hay ahí fuera, en el mundo, y aquí dentro, en nuestras mentes. Sin embargo, la mayoría de las veces no es así. Pagamos un precio muy alto por esta suposición errónea, por el hecho de no tener en cuenta la riqueza de nuestros momentos presentes.
Si no somos cuidadosos, todos estos momentos nublados pueden prolongarse, llegar a ser la mayor parte de nuestras vidas y dejarnos con una sensación de estancamiento y desconexión. Con el tiempo, puede que acabemos perdiendo la confianza en nuestra capacidad de redirigir nuestras energías de un modo que conduzca a una mayor satisfacción y felicidad, quizá también a una mayor salud y bienestar.
Desde la perspectiva budista, se considera que el estado de conciencia que tenemos durante las horas de vigilia es extremadamente limitado y limitador, en muchos aspectos más parecido a un prolongado sueño que a un auténtico estado despierto. Una forma de entender esto es mirar a otras personas y preguntarnos si las estamos viendo realmente o si simplemente estamos viendo los pensamientos que tenemos acerca de ellas. A veces nuestros pensamientos actúan como unas gafas que nos muestran un mundo irreal, ilusorio, como si de un sueño se tratara. Cuando las llevamos puestas, vemos hijos irreales, un marido irreal, una esposa irreal, un trabajo irreal, socios irreales, amigos irreales. Sin saberlo, lo estamos coloreando todo, lo estamos manipulando. El mindfulness nos ayuda a despertar de este sueño caracterizado por el funcionamiento automático y la inconsciencia. El mindfulness se asemeja a encender una luz en medio de la oscuridad de nuestras reacciones automáticas.
La atención plena es una antigua práctica de meditación budista. Sin embargo, no tiene nada que ver con el budismo per se ni con hacerse budista, sino con el hecho de examinar quiénes somos y con cuestionar nuestra visión del mundo y el lugar que ocupamos en él, así como con el hecho de cultivar la capacidad de apreciar la plenitud de cada momento que estamos vivos.
En la práctica, el mindfulness es una forma de meditar muy sencilla. Consiste en prestar atención consciente de una manera determinada: de forma deliberada, en el momento presente y sin juzgar. Consiste en parar y estar presentes, eso es todo. ¿Es usted capaz de hacer una parada en su vida, aunque sea siquiera un instante? ¿Podría ser ahora? Limítese a observar este momento, sin intentar cambiarlo lo más mínimo y ya estará practicando el mindfulness. ¿Qué está ocurriendo? ¿Qué siente? ¿Qué pensamientos pasan por su mente? ¿Qué ve? ¿Qué oye?
Lo más curioso de detenernos de esta forma es que, en cuanto lo hacemos, allí estamos. Las cosas se simplifican. En cierto modo, es como si muriéramos y el mundo siguiera su curso y nuestras responsabilidades y obligaciones desaparecieran.
La atención plena nos despierta para que podamos darnos cuenta de que nuestras vidas solo se despliegan en el momento presente. Si durante la mayoría de esos momentos no estamos plenamente presentes, es posible no solo que nos perdamos aquello que es más valioso en nuestra vida, sino también que no nos percatamos de la riqueza y la profundidad de nuestras posibilidades de crecimiento y transformación. Es justo lo opuesto a dar la vida por sentada. El mindfulness nos permite ser conscientes de nuestros comportamientos automáticos y tener más posibilidades de tomar decisiones que alienten el equilibro y el bienestar.
Cuando hablamos de meditación es importante que sepamos que no se trata de una actividad críptica y misteriosa. Meditar no significa convertirse en una especie de zombi, narcisista, egocéntrico, holgazán o místico. Tampoco es una terapia mágica para los problemas a los que nos enfrentamos en nuestra vida o algunos trastornos psicológicos. Ni mucho menos. La meditación consiste simplemente en ser nosotros mismos y tener un cierto conocimiento de quiénes somos. Consiste en llegar a darnos cuenta de que, nos guste o no, estamos en un camino, el camino de nuestra vida.
Cuando podemos permanecer centrados en nosotros mismos, aunque sea durante breves períodos de tiempo, ante las exigencias del mundo externo, sin tener que buscar en otro lugar algo que nos llene o que nos haga felices, podemos sentirnos cómodos dondequiera que nos encontremos y en paz con las cosas tal como son, momento a momento.
Resumen del libro Mindfulness para la vida cotidiana.
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